Montevideo en la época de Artigas.
Apenas amanecía sonaban los cañonazos de los buques de la bahía de San Felipe y Santiago de Montevideo. Ese ruidoso amanecer le daba la orden a los soldados del fuerte a abrir las 2 puertas que tenía la Ciudadela. Por esas puertas, entraban muy temprano el lechero y el panadero. En aquel Montevideo, solo había 2 panaderías y estaban afuera de las Murallas, la más famosa era la panadería de Vidal. También entraban algunas lavanderas que habían pasado la noche afuera debido a que en ocasiones la ropa no secaba y debían permanecer fuera para cuidarla mientras se secaban.
Luego, entraba el aguatero. Ofrecía su fresca agua sacada de los manantiales y lagunas ubicadas hoy por hoy cerca de donde es el Palacio Legislativo. La medida de agua que vendía era de mas o menos 10 litros.
Más tarde, se armaba frente a la Iglesia Matriz, la feria de verduras. Ahí las amas de llaves (esclavas) recorrían todos los puestos y elegían la mejor verdura para la comida. Allí también paraban los carniceros, pecadores y vendedores de aves y huevos. Se podía ver a los hijos de las esclavas a la vuelta de las personas que compraban, ofreciéndose para cargar la compra. Esos famosos "negritos de los mandados" querían hacerse alguna monedita.
El Cabildo abría temprano, ahí las personas se juntaban a decidir que cosas había que mejorar en la ciudad. Cumplía funcione parecidas a la Intendencia hoy en día. Pero, además el Cabildo cobraba a los vendedores una comisión, todos los pregoneros estaban inscriptos en una lista y al final de su venta debían pasar por el Cabildo a pagar por usar el espacio que se le otorgaba.
También en el Cabildo, se hacían negocios por cueros, carne y las ventas que hacía el puerto.
Era el edificio más importante de la ciudad junto con la Iglesia. Los hombres se dedicaban a los negocios y era muy común que almorzaran en sus casas y luego se disfrutara de la siesta. Las mujeres recorrían la ciudad a pie, con su familia o parientas. Se juntaban a tomar el té o mate dulce, y a actualizarse de las novedades llegadas de Europa. Las niñas no iban a la escuela, lo único que podían aprender era piano, y lo hacían con profesoras en sus casas, con suerte les enseñaban a leer y escribir. Por la noche, cuando un empleado del Cabildo llamado "sereno" encendía las candilejas de las callecitas montevideanas era común ver a las damas y sus maridos concurrir a la Casa de Comedias (Teatro).
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